En el área del ejercicio físico, especialmente entre determinados niveles relacionados con el fitness, existe la tendencia (no queremos entrar a analizar el origen de la misma) de manejar la información con cierto “sesgo”, así como a utilizar alguna de las posibles conclusiones emergentes de los estudios para potenciar y multiplicar dichas conclusiones elevándolas casi a una cuestión de aplicación de primera necesidad y prioridad y que, hipotéticamente, podría llevar a solucionar todos los problemas que puedan tener relación con la temática en cuestión.
Parece como que existe la necesidad de encontrar el ejercicio, herramienta o método “mágico”, la que sea de obligada elección y utilización, en lugar de intentar aprovechar la información que se obtiene sobre cada ejercicio, herramienta o método, para desarrollar los criterios que puedan regir y aconsejar una utilización adecuada atendiendo a las necesidades, condicionantes, sujetos y situaciones específicas que pueda requerirlo de la manera más adecuada.
Hay múltiples ejemplos de esto: podemos encontrar como de los posibles beneficios del entrenamiento con dispositivos generadores de inestabilidad para determinados objetivos y con determinados sujetos, aplicados con los adecuados criterios de seguridad, han sido llevados al extremo, incluso, de aconsejar intercambiar las sillas por fitballs o similares. Podemos ver también, por ejemplo, como se definen y catalogan ejercicios y entrenamientos como “funcionales” sin considerar ningún criterio científico para ello y además infiriendo y afirmando el que un entrenamiento que reuna esa pseuda-condición es mucho más adecuado y saludable que otro, simplemente por reunir estas o aquellas caprichosas características. Podríamos seguir poniendo multitud de ejemplos de esta tendencia, pero hoy nos gustaría centrarnos en uno en concreto, para poder conducir a la reflexión entorno a ciertas prácticas que se llevan a cabo en programas de acondicionamiento físico, sesiones de CORE, entrenamientos funcionales, clases de Pilates, etc.
¿Hay músculos más “importantes” que otros en el entrenamiento del CORE?
Durante los años 80, el profesor A. Bergmark formuló la noción de estabilidad sobre un modelo de columna vertebral con rigidez articular y 40 músculos [1]. En dicho trabajo este autor estableció matemáticamente los conceptos de rigidez, estabilidad, inestabilidad, etc. Como expone el profesor McGill, este trabajo pasó, en su mayor parte inadvertido, sobre todo porque los ingenieros, que entendían de mecánica, no tenían una perspectiva biológico-clínica y a los clínicos les costaba interpretar la mecánica. Este esfuerzo pionero, junto con la evolución continuada por otros autores, lo ha sintetizado con detalle McGuill y su grupo [2].
Con el incremento de la labor investigadora y a partir de cierta dicotomía anatómico-funcional y biomecánica, autores como el Dr. Bergmark (1989) clasificaron los músculos del tronco en sistemas “locales” y “globales”. El transverso abdominal (TVA), partes del oblicuo interno (OI) y los multífidos lumbares se incluyen dentro de los músculos locales, mientras el recto abdominal (RA), el oblicuo externo (OE) y el grupo muscular del erector de la columna lumbar pertenecen al grupo de los músculos globales.
Como hemos dicho, por desgracia esta clasificación y el trabajo de Bergmark suelen malinterpretarse. Mientras que puede haber algunos músculos del tronco que son clínicamente más relevantes que otros, esta idea no se confirma en los análisis de estabilidad mecánica. Toda la musculatura participa en la estabilidad y aquéllas fibras que cruzan una articulación contribuyen al momento articular. La estabilidad global de la columna depende de las fuerzas individuales, y por tanto, de la rigidez de todos los músculos del tronco, así como de las magnitudes relativas de su fuerza. El momento articular total es la suma de los productos de todas las fuerzas musculares y sus respectivos brazos de palanca. La rigidez muscular es siempre estabilizadora, pero la fuerza muscular puede contribuir a la estabilidad o reducir esta si resulta inapropiadamente grande o pequeña [3]
Tal como se ha visto, la idea de que los estabilizadores “locales” son más importantes que los “globales” puede no ser lo más correcto, pues como argumenta McGill, en general, los músculos con el brazo máximo del momento y con capacidad de enderezamiento (los más alejados de la columna) son los mejores estabilizadores en términos relativos. Además, los estabilizadores más importantes cambian continuamente según se modifica la tarea, además de que los diferentes ejercicios o tareas de estabilización determinan un grado distinto de estabilidad raquídea. Aunque ello no resta importancia al papel de la musculatura estabilizadora “local” puesto que ha sido la gran olvidada durante muchos años en el proceso de entrenamiento.
Actualmente se empieza a plantear la necesidad de concebir un efecto global cuando todos los músculos abdominales se activan simultáneamente, de forma que la rigidez media en el torso resulta mayor que la suma de las rigideces individuales, por lo que resultaría poco adecuado e incluso contraproducente centrar la activación en un único músculo.
Todos estos hallazgos deben hacernos llegar a pensar en la necesidad de comprender que los músculos abdominales no son entidades estructurales y funcionales individuales, sino que son músculos con regiones anatómicamente diferenciadas y distintas funciones. De igual manera, y es algo a considerar que nos ha hecho progresar en la propuesta de nuestro grupo, todo ello parece apuntar hacia la importancia del uso de variadas estrategias y tareas para abordar un entrenamiento integrado y verdaderamente funcional de toda la musculatura CORE.
Así podríamos concluir que, prácticamente todos los músculos contribuirán a la estabilización, pero su importancia en un determinado momento depende de la combinación particular de las demandas de las tareas exigidas. La co-activación simultánea de muchos grupos musculares aumenta la rigidez de la columna. Algunas investigaciones han tratado de identificar la aportación relativa de los distintos músculos al control de la estabilidad, llegando a la conclusión de que muchos músculos contribuyen a la estabilidad y que la contribución relativa varía con múltiples factores, como la tarea, la postura y la dirección del momento [4,5]. Es curioso observar como parece puede lograrse una rigidez suficiente, al menos con una postura neutra, con grados mínimos de co-contracción de los músculos abdominales y paravertebrales [6]
A partir de esta controversia y de una posible existencia de patrones motores alterados y cierta incapacidad para lograr adecuados niveles de activación de esta musculatura profunda en sujetos con patologías surgen algunas propuestas como la denominada maniobra de “hundimiento abdominal” denominada “abdominal hollowing”, que consiste en la acción de “introducir el abdomen hacia dentro, manteniendo unos segundos esta activación”. Esta maniobra (en forma de ejercicio) parece generar una activación moderada en el transverso abdominal y un moderado índice de estabilidad con un estrés compresivo bajo (<2000N) [7, 8, 9, 10].
Esta práctica de “hundir la pared abdominal” con activación intencionada del transverso abdominal no es la mejor estrategia para generar estabilidad, a pesar de que suela enseñarse y utilizarse para aquellos que precisan estabilidad, puesto que dicha estabilidad se incrementa con la activación de todos los músculos y los mismos deberían colocarse lejos de la columna y no pegados a ella. De igual manera centrarse o entrenar priorizando la activación de un único músculo puede llevar a la disfunción o a una función comprometida (McGill,2008). Frente ella surgen otras maniobras que buscan una co-activación global como la denominada “abdominal bracing” que parecen mucho más eficaces y seguras con vistas a lograr un óptimo acondicionamiento del CORE, lo cual ha sido evidenciado en numerosos estudios [9, 11, 12]
Pese a que esta última cuestión es bastante más compleja [13, 14] (considerando la necesidad de contemplar los subsistemas pasivos y de control motor, dosis de ejercicio, etc., siempre en sujetos sin patologías o dolor, dado que en dicho caso todo adquiere una dimensión distinta, así como la posible utilidad de una maniobra como la de “abdominal hollowing” aplicada de manera adecuada en determinados sujetos y situaciones específicas), debemos considerar si a la luz de lo expuesto son adecuadas y justificadas la utilización abusiva, casi permanente, por parte de algunas escuelas o especialistas de maniobra de “hundimiento abdominal” (abdominal hollowing) en métodos como, por ejemplo el Pilates y si quizás no sería necesario ciertos replanteamientos.
Juan Ramón Heredia/Guillermo Peña/Víctor Segarra
IICEFS
Parece como que existe la necesidad de encontrar el ejercicio, herramienta o método “mágico”, la que sea de obligada elección y utilización, en lugar de intentar aprovechar la información que se obtiene sobre cada ejercicio, herramienta o método, para desarrollar los criterios que puedan regir y aconsejar una utilización adecuada atendiendo a las necesidades, condicionantes, sujetos y situaciones específicas que pueda requerirlo de la manera más adecuada.
Hay múltiples ejemplos de esto: podemos encontrar como de los posibles beneficios del entrenamiento con dispositivos generadores de inestabilidad para determinados objetivos y con determinados sujetos, aplicados con los adecuados criterios de seguridad, han sido llevados al extremo, incluso, de aconsejar intercambiar las sillas por fitballs o similares. Podemos ver también, por ejemplo, como se definen y catalogan ejercicios y entrenamientos como “funcionales” sin considerar ningún criterio científico para ello y además infiriendo y afirmando el que un entrenamiento que reuna esa pseuda-condición es mucho más adecuado y saludable que otro, simplemente por reunir estas o aquellas caprichosas características. Podríamos seguir poniendo multitud de ejemplos de esta tendencia, pero hoy nos gustaría centrarnos en uno en concreto, para poder conducir a la reflexión entorno a ciertas prácticas que se llevan a cabo en programas de acondicionamiento físico, sesiones de CORE, entrenamientos funcionales, clases de Pilates, etc.
¿Hay músculos más “importantes” que otros en el entrenamiento del CORE?
Durante los años 80, el profesor A. Bergmark formuló la noción de estabilidad sobre un modelo de columna vertebral con rigidez articular y 40 músculos [1]. En dicho trabajo este autor estableció matemáticamente los conceptos de rigidez, estabilidad, inestabilidad, etc. Como expone el profesor McGill, este trabajo pasó, en su mayor parte inadvertido, sobre todo porque los ingenieros, que entendían de mecánica, no tenían una perspectiva biológico-clínica y a los clínicos les costaba interpretar la mecánica. Este esfuerzo pionero, junto con la evolución continuada por otros autores, lo ha sintetizado con detalle McGuill y su grupo [2].
Con el incremento de la labor investigadora y a partir de cierta dicotomía anatómico-funcional y biomecánica, autores como el Dr. Bergmark (1989) clasificaron los músculos del tronco en sistemas “locales” y “globales”. El transverso abdominal (TVA), partes del oblicuo interno (OI) y los multífidos lumbares se incluyen dentro de los músculos locales, mientras el recto abdominal (RA), el oblicuo externo (OE) y el grupo muscular del erector de la columna lumbar pertenecen al grupo de los músculos globales.
Como hemos dicho, por desgracia esta clasificación y el trabajo de Bergmark suelen malinterpretarse. Mientras que puede haber algunos músculos del tronco que son clínicamente más relevantes que otros, esta idea no se confirma en los análisis de estabilidad mecánica. Toda la musculatura participa en la estabilidad y aquéllas fibras que cruzan una articulación contribuyen al momento articular. La estabilidad global de la columna depende de las fuerzas individuales, y por tanto, de la rigidez de todos los músculos del tronco, así como de las magnitudes relativas de su fuerza. El momento articular total es la suma de los productos de todas las fuerzas musculares y sus respectivos brazos de palanca. La rigidez muscular es siempre estabilizadora, pero la fuerza muscular puede contribuir a la estabilidad o reducir esta si resulta inapropiadamente grande o pequeña [3]
Tal como se ha visto, la idea de que los estabilizadores “locales” son más importantes que los “globales” puede no ser lo más correcto, pues como argumenta McGill, en general, los músculos con el brazo máximo del momento y con capacidad de enderezamiento (los más alejados de la columna) son los mejores estabilizadores en términos relativos. Además, los estabilizadores más importantes cambian continuamente según se modifica la tarea, además de que los diferentes ejercicios o tareas de estabilización determinan un grado distinto de estabilidad raquídea. Aunque ello no resta importancia al papel de la musculatura estabilizadora “local” puesto que ha sido la gran olvidada durante muchos años en el proceso de entrenamiento.
Actualmente se empieza a plantear la necesidad de concebir un efecto global cuando todos los músculos abdominales se activan simultáneamente, de forma que la rigidez media en el torso resulta mayor que la suma de las rigideces individuales, por lo que resultaría poco adecuado e incluso contraproducente centrar la activación en un único músculo.
Todos estos hallazgos deben hacernos llegar a pensar en la necesidad de comprender que los músculos abdominales no son entidades estructurales y funcionales individuales, sino que son músculos con regiones anatómicamente diferenciadas y distintas funciones. De igual manera, y es algo a considerar que nos ha hecho progresar en la propuesta de nuestro grupo, todo ello parece apuntar hacia la importancia del uso de variadas estrategias y tareas para abordar un entrenamiento integrado y verdaderamente funcional de toda la musculatura CORE.
Así podríamos concluir que, prácticamente todos los músculos contribuirán a la estabilización, pero su importancia en un determinado momento depende de la combinación particular de las demandas de las tareas exigidas. La co-activación simultánea de muchos grupos musculares aumenta la rigidez de la columna. Algunas investigaciones han tratado de identificar la aportación relativa de los distintos músculos al control de la estabilidad, llegando a la conclusión de que muchos músculos contribuyen a la estabilidad y que la contribución relativa varía con múltiples factores, como la tarea, la postura y la dirección del momento [4,5]. Es curioso observar como parece puede lograrse una rigidez suficiente, al menos con una postura neutra, con grados mínimos de co-contracción de los músculos abdominales y paravertebrales [6]
Pese a que esta última cuestión es bastante más compleja [13, 14] (considerando la necesidad de contemplar los subsistemas pasivos y de control motor, dosis de ejercicio, etc., siempre en sujetos sin patologías o dolor, dado que en dicho caso todo adquiere una dimensión distinta, así como la posible utilidad de una maniobra como la de “abdominal hollowing” aplicada de manera adecuada en determinados sujetos y situaciones específicas), debemos considerar si a la luz de lo expuesto son adecuadas y justificadas la utilización abusiva, casi permanente, por parte de algunas escuelas o especialistas de maniobra de “hundimiento abdominal” (abdominal hollowing) en métodos como, por ejemplo el Pilates y si quizás no sería necesario ciertos replanteamientos.
Juan Ramón Heredia/Guillermo Peña/Víctor Segarra
IICEFS
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