Delfo Cabrera, el corredor indestructible que escribió una de las páginas más gloriosas del deporte americano. (por Esteban Bekerman)
7 de agosto de 1948. Delfo Cabrera se impone en los Juegos Olímpicos de Londres en la misma prueba atlética en la que 16 años antes, Juan Carlos Zabala, triunfara en el maratón en Los Angeles.
Era la primera vez que aquel desgarbado santafesino de Armstrong, nacido el 2 de abril de 1919, corría una maratón, y con un sprint final impresionante, a metros de la llegada, terminó dejando atrás al belga Etienne Gailly, y alzándose con el primer puesto en 2:34:51 horas.
Fiel a los consejos de su coach, Francisco Mura, que 14 años antes lo conoció en Rosario y se lo llevó a la Capital para entrenarlo, Delfo no se preocupó por tomar el liderazgo desde el inicio sino hasta el final de la carrera. Incluso, entró al estadio de Wembley donde finalizaba la justa, segundo a unos metros de Gailly.
Todo cambió rotundamente dentro del colosal templo donde los 70.000 espectadores que aguardaban, aplaudieron a rabiar el excelente final de aquel héroe argentino con aspecto de poca cosa, de estatura más bien baja y bigote tupido, que en la Argentina debía arreglarse con un sueldo como bombero de la Policía Federal.
Cabrera había llegado a la capital inglesa en condiciones que distaban mucho de ser los mejores, casi sin más entrenamientos que los que había hecho en la misma cubierta del vapor “Brasil” y durmiendo durante tres semanas en el sector menos cómodo de esa embarcación, adonde iban los deportistas de menores recursos como atletas y boxeadores.
Además, Londres era en esos momentos una ciudad devastada por la 2a Guerra Mundial, no abundaba la comida y la delegación atlética debió alojarse en edificios del Ejército británico por estar excedida la capacidad de la Villa Olímpica.
El Antes: Delfo estaba acostumbrado desde muy joven a lidiar con todo tipo de privaciones. Cuarto de seis hijos, tuvo que salir rápidamente a trabajar debido a la temprana muerte de su padre. Así, fue ladrillero y recolector de maiz, tareas en las que comenzó a desarrollar su físico. Pero el secreto de Cabrera para llegar a ser lo que fue, radicaba en el modo en que retornaba a su casa: corriendo, siempre corriendo, según algunos porque no le gustaba hacerlo a caballo y en la zona no había transporte público. Aunque seguro también por esa pasión por el atletismo que ya empezaba a despuntar en él.
Cuentan incluso que, siendo joven, al enterarse del triunfo de Zabala en Los Angeles, Cabrera le dijo a su mamá “mire cuando su hijo sea un Zabalita...”. Obviamente, su madre no se lo creía. Pero él sí: una potente fuerza interna le decía que podía, que no debía dejarse abatir por sus problemas y que lo importante era buscar la concreción de aquel sueño casi una obsesión.
A ello se abocó Delfo con alma y vida primero en Armstrong, luego en Rosario y otras ciudades santafesinas y finalmente en Bs.As., adonde llegó con 18 años para ponerse a las órdenes de Mura. Y en esa fuerza de voluntad, en definitiva, terminó residiendo su mayor secreto para lograr en Londres lo que ningún otro atleta americano lograría de allí en más.
El Después: Cabrera tuvo su merecido reconocimiento. Le ofrecieron volverse en 1ª.clase del barco, pero se negó por orgullo y fidelidad hacia quienes habían compartido con él la ida. Ya de regreso en Bs.As., el gobierno peronista le regaló una casa y fue ascendido a cabo en la Policía. Cultivó una gran relación con el presidente Perón y con Evita, quienes fueron padrinos de bautismo de su hija.
Consiguió otros logros más, como un 6º lugar en los Olímpicos de Helsinki de 1952 y fue campeón en los Panamericanos de 1951 en Bs.As. El final del régimen peronista, le deparó varios sinsabores, como quedarse sin trabajo en la Policía y ser proscripto como atleta. Por un tiempo, incluso, debió arreglárselas trabajando de “pinchapapeles” en el Jardín Botánico.
Finalmente, sus ganas de transmitir su experiencia y sus conocimientos pudieron más: pudo hacer el profesorado de Educación Física pese a no terminar el secundario, comenzó a ejercer la docencia en distintas escuelas y clubes. Fue dirigente deportivo llegando a presidir el Comité Olímpico Argentino. Pero a los 62 años, el domingo 2 de agosto de 1981, un accidente automovilístico le tronchó la vida, regresando de recibir en Lincoln uno de los tantos homenajes que le hicieron en pueblos del interior. Otra jugarreta del destino para un hombre que, pese a todo, nunca se había dado por derrotado antes de tiempo.
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